Las tortugas marinas han viajado por los océanos del mundo por cerca de 150 millones de años, y de repente están luchando por sobrevivir.
Cada vez hay más evidencia de que las acciones humanas en océanos y playas del planeta las está afectando (Ver Análisis); y que su ecosistema marino se afecte también nos pone en riesgo.
Entre otras cosas, ellas promueven el traslado de minerales del océano a la superficie y también equilibran la población de otros organismos; la caná, por ejemplo, consume decenas de medusas al día, esas que en playas son un dolor de cabeza para los bañistas.
Desove en Colombia
En este momento están llegando las últimas hembras de las tortugas caná a desovar en Playona (Acandí), norte del Chocó. Ya comienza la temporada de eclosión, en las que las crías van al mar en su carrera por la vida: solo 1 de 1000 llegará a ser adulta, según estimaciones las Naciones Unidas.
Esta es la playa de anidación más importante para la especie, que se encuentra “en peligro crítico” en el país y donde los esfuerzos liderados por el Consejo Comunitario Cocomasur han sido indispensables para ella.
Las amenazas se extienden a las otras cuatro especies de quelonios marinos (como se clasifican) que llegan al territorio nacional, entre las siete que existen en el mundo. Acá no se les ha recibido bien, una situación que se trata de cambiar con esfuerzos comunitarios, fundaciones, empresa privada, algunas Corporaciones Ambientales, el Ministerio del Medio Ambiente y Parques Nacionales Naturales.
La segunda playa de anidación más importante para la especie caná es Bobalito, al norte del golfo de Urabá, en Necoclí. Allí, se liberan de 7.000 a 8.000 neonatos cada año, afirma Néstor Sánchez, miembro de la Asociación de conservación ambiental y turismo (Acaetur), una institución que hace cinco años monitorea junto con Corpouraba, -ejecutora de proyectos ambientales-, las playas de anidación de tortugas marinas.
Parecen muchos pero, con base en la estimación anterior, serían 7 u 8 individuos adultos por año, muy poco para mantener una población estable, comenta Karla G. Barrientos Muñoz, Directora Científica de la Fundación Tortugas del Mar, entidad no gubernamental que se encarga de aportar a la conservación de las tortugas marinas a través de la educación ambiental.
La mayor amenaza para estos animales en el país, además del consumo de carne y huevos es el desconocimiento de nuestra biodiversidad. Entonces ¿cómo es la situación de esas especies en Colombia?
Las visitantes
A las costas nacionales, bien sea del Pacífico o el Caribe, o a ambas, llegan la Dermochelys coriacea (caná), Chelonia mydas (verde), Caretta caretta (cabezona), Eretmochelys imbricata (carey) y Lepidochelys olivacea (golfina).
Con excepción de la tortuga golfina que se mantiene estable, las poblaciones de las demás especies vienen en descenso, aunque hace falta investigación e información sobre su estado actual, dice Cristian Ramírez Gallego, Director Ejecutivo de aquella Fundación, quien con Karla busca identificar los potenciales sitios de anidación y alimentación para priorizar esfuerzos de conservación en conjunto con las comunidades.
No es mentira la falta de información. En 2017 se hizo una reunión en el Ministerio del Medio Ambiente para tratar el tema junto a autoridades ambientales, Parques Nacionales y ONG. Diana Moreno, de Asuntos Marinos Costeros, decía que la finalidad era “buscar mecanismos de información estandarizados y así establecer acciones efectivas para preservar estos réptiles”.
¿En dónde anida, cuántas quedan, cómo se pueden proteger? Preguntas que no tienen respuesta cierta. Un estudio en 2001 de Claudia Ceballos, para el Instituto de Investigaciones Marinas y Costeras (Invemar), afirmaba que cuatro de las especies (menos la golfina) se acercaban o anidaban frente a 181 playas a lo largo de 730 kilómetros, 44 % de la costa Caribe de 1.650 kilómetros. Invemar realiza investigación básica y aplicada de los ecosistemas marinos de interés nacional con el fin de proporcionar el conocimiento científico necesario para la formulación de políticas.
Los datos son más anecdóticos, comenta Barrientos Muñoz: lo que dicen las comunidades es muy valioso, pero no se tiene la rigurosidad científica para saber si siguen llegando, cómo era antes, cuántas, cómo y dónde. “Lo que no se monitorea no se gobierna”, aclara. “Hace un par de años en un trabajo con varias entidades encontramos el lugar más importante de alimentación para la críticamente amenazada tortuga carey en el Pacífico, sitio nunca reportado y donde las comunidades de Bahía Málaga las han protegido por décadas”.
Ello sin contar decenas de playas pequeñas a lo largo de los dos litorales que no han sido estudiadas. “Tenemos una gran deuda con ellas”. En las expediciones a la Reserva Seaflower (Islas de San Andrés), en conjunto con la Infantería de Marina de la Armada Nacional se ha encontrado anidación relevante de tres especies, que en el área continental están diezmadas: la cabezona, carey y verde.
Semáforo en rojo
El Libro Rojo de Reptiles de Colombia, publicado en 2015, al describir el estado de cada especie se apoya en estudios de los 90 y unos pocos de este siglo. La conclusión es que cada vez hay menos.
La carey es la más amenazada y los escasos reportes son de puntos de anidación o avistamiento en parches de coral. Le sigue en amenaza la cabezona (la que aparece en la moneda de 1.000 pesos), de la cual mientras en 2003 se hablaba de cerca de 200 hembras en el Magdalena, hoy no deben ser más de 6 e incluso un estudio de Amaya-Espinel y Zapata de 2014 la da prácticamente como extinta.
Todas están protegidas por legislación desde 1964 y luego con otras normas como el Código Penal pero “ninguna de las medidas de protección cuentan con estrategias de implementación eficientes” afirma Barrientos Muñoz, coautora de las fichas del Libro Rojo.
Los esfuerzos se centran en las comunidades, organizaciones, empresa privada y ministerio de medio ambiente, una tarea no articulada. En 2010, recuerda Juan Carlos Delgado Madrid, ecólogo de zonas costeras de la Corporación Ambiental de Urabá (Corpourabá) comenzó el programa de protección en las playas de Necoclí, contratando habitantes de la vereda Lechugal, que limpian playas, cuidan nidos y toman medidas de las hembras que llegan.
El cambio de cultura
Néstor Sánchez relata que en 2009 la comunidad de Lechugal comenzó a cambiar de cultura, dejando poco a poco el consumo de tortugas.
En 2010, hicieron un diagnóstico con Corpourabá y se encontró que la playa de Bobalito era un importante sitio de anidación. Al año siguiente recibieron apoyo para monitorearlas por cuatro meses, actividad que hacían sin conocimiento del tema, luego fueron capacitados y en el 2012 se conformaron como Acaetur.
Al ganar un concurso de Colciencias construyeron una plataforma de observación, en la que reciben científicos y turistas. Así, vigilan 13,5 kilómetros de playa protegiendo estos reptiles; además, los huevos que quedan en zona de marea los trasladan.
Allí anidan aparte de la caná, la carey y la verde, esta última en menor cantidad. Entre 2010 y 2014 llegaron 383 hembras caná y 148 carey.
También el turismo de naturaleza, desarrollado de manera incipiente, sin organización ni reglamentación, las está poniendo en riesgo. “Aún hay turistas que se montan en ellas o se apilan 40 alrededor de una. No se conoce su manejo ni se respetan”, relata Ramírez Gallego. La tortuga, agrega, requiere un modelo de conservación que Colombia no ha acogido, “otros países sí”, como el caso de Costa Rica.
Esa es la intención de quienes velan por el bienestar de estos animales, asegurar su permanencia en las playas y mares, y que puedan ser fuentes de ingresos para las comunidades, a través de un turismo organizado y responsable.
Así, dice, para recuperar y conservar a estas embajadoras de los océanos hace falta mayor voluntad política, interés de la academia, y apoyo económico de la empresa privada para que se vincule a los procesos que con esfuerzo se vienen realizando.