Decíamos que antes de la existencia del Parque Katíos hubo en la zona un ingenio azucarero que llegó a gozar de gran prosperidad y se llamaba Sautatá. Fue fundado en 1910 y dio la primera cosecha, que se malogró, en 1920. En el año 1923 se inició la época de las vacas gordas, con excelentes cosechas. La crisis de los años 30 le dio duro y comenzó a decaer hasta cerrarse definitivamente en l944 con la última zafra que alcanzó 50.000 sacos.
Salimos de Turbo hacia las 8 de la mañana. Era el 23 de diciembre del año pasado. Nos acercamos al puesto de la Armada que mira al golfo para solicitar el permiso de navegación. La lancha se dirigió luego al corazón del legendario golfo de Urabá, legendario desde la época del descubrimiento y de la conquista. Tristemente legendario por las embarcaciones que en él han zozobrado y más tristemente conocido aún por los embarques de cocaína y por la presencia de grupos armados fuera de la ley. En alguno de mis viajes por este golfo me tocó presenciar el “show” que se armó cuando la Armada descubrió un cargamento de droga que iba adherido a la panza de un barco, bajo el agua, obviamente. Era un enorme barco que llevaba banano para los Estados Unidos.
Hace unos años mi pequeña canoa para cuatro pasajeros fue objeto de una inspección similar a la que se hizo a este barco. Navegábamos el río Putumayo, éramos tres viajeros y el motorista.
Salimos de Tarapacá en el departamento del Amazonas y debíamos ir a Leticia. Tarapacá (nombre que también lleva una vereda entre Santa Rosa de Cabal y Chinchiná y donde venden, ¿todavía?, unos chorizos muy sabrosos) se encuentra en el punto medio de la recta más famosa del mapa de Colombia, la Apaporis-Tabatinga. Para ir a Leticia desde Tarapacá se debe descender el río Putumayo, entrar a Brasil, continuar por el Izá, (nombre que toma el Putumayo en territorio brasileño), caer al Amazonas, remontarlo y llegar a Leticia. Una aventura fascinante y algo peligrosa. Al entrar a Brasil hay (supongo que todavía existe) una base militar llamada Ipiranga. Nos recibieron con mucha desconfianza y muchas averiguaciones. Pensaban desbaratar la lancha metálica para ver si trasportábamos coca. Y con una cuerda hicieron la inspección que practicaron al barco que llevaba banano de la historia del golfo de Urabá, mirar si llevábamos algún paquete adherido a la lancha. La diferencia es que al barco lo inspeccionaron con buzos. En nuestro caso hicieron pasar una cuerda por debajo de la lancha y al no encontrar nada extraño nos dejaron continuar el viaje. Por cierto que la noche más horrible que he pasado en mi vida fue en Santo Antonio. Así se llama un pueblo que hay en la desembocadura del Izá en el Solimoes (nombre del río Amazonas).Me niego a describir la horrible y cochina pieza donde debimos dormir, por respeto a los lectores.
Volvamos al golfo de Urabá. El cielo estaba totalmente despejado, circunstancia muy rara en estas latitudes del Alto Chocó, donde el día que no llueve es porque San Pedro se durmió en el cielo o amaneció enfermo. Hacia el sur del golfo había dos barcos esperando su cargamento de banano. El mar estaba tranquilo, lo que no quiere decir que no levantara de vez en cuando olas que pasaban sobre nuestra lancha, pero estábamos prevenidos y unos plásticos nos salvaron del baño salado, fatal para las cámaras fotográficas.