Llegó al parque Zungo un poco tímida y apresurada. Estaba ansiosa. Miró a su tía Jénnifer y sonrió.
Yajaira Navarro quería meterse al agua pronto y comprobar si era verdad eso que le decían: “Cuando vayas te vas a dar cuenta de que la piscina es muy diferente al río, y que el tobogán acuático no es lo mismo que el lisadero seco”. Lo experimentaría por ella misma. Era la primera vez en sus 12 años de vida, y sería genial.
La temperatura ayudó. Hacía el calor propio de Urabá -unos 35 grados centígrados-. Estaba lista. Caminó hasta el borde de la piscina y miró primero a quienes ya estaban dentro del agua. Era su turno y por fin se zambulló.
Entendió que aun sin saber nadar podía disfrutar. Primero, el río lento, luego, una ronda de juegos con quienes no conocía, pero fueron sus amigos porque compartían el mismo lugar en ese momento, y, después, el tobogán. “Lo mejor para el final”, dijo.
Al principio hubo temor. La intimidó esa especie de “gusano” azul, largo, como lo llamó. Ya conocía los toboganes en televisión pero nunca los había experimentado por ella misma. Subió las escaleras y esperó en la fila. Observó a cada una de las personas que se lanzaron antes que ella. Fue rápido: se acostó, ubicó ambos brazos cruzados sobre el pecho y esperó la señal. Una vuelta, dos, tres… hasta que llegó de nuevo al agua. Carcajadas y mucha adrenalina. Algo como un “lo hice, lo logré”. Y lo repitió varias veces.
La puesta del sol le anunciaba a Yajaira que ya era hora de salir del agua. “Es justo dejarla disfrutar hasta que ella quiera. Nunca había estado tan animada”, expresó su tía Jénnifer Cardona, mientras empacaba de nuevo todo para volver a la casa. No tuvo que decirle. Salió de la piscina feliz. Fue un día de cosas nuevas: “El gusano azul es lo máximo, es como ser libre”, concluyó.