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Punta Coquitos, una masacre que se hundió con el mar

En donde hace 35 años había una carretera, una escuelita de madera, las casas de varios campesinos, un montón de palmas de coco y manglares, hoy solo queda agua.

“El mar se ha llevado todo”, dice Joiber Berrío, uno de los líderes campesinos de la zona. Se llevó también unas cruces, unas placas y una vara de casi 20 metros que los habitantes de Coquitos habían puesto a la orilla del mar para recordar que, en ese lugar, el 11 de abril de 1988, los paramilitares (en alianza con sectores militares, policiales, ganaderos y bananeros, según el Informe Final de la Comisión de la Verdad) perpetraron una masacre.

Pero la orilla del mar hoy no es la misma de entonces. “En ese tiempo la orilla del mar era, aproximadamente, a más de mil metros hacia afuera, hacia el agua”, cuenta Joiber. “Pero todo eso se lo comió la erosión”.

En los días de marea baja, entre el agua turbia, se asoma un camino de piedras que hace años delimitó la carretera por la que llevaron a 27 campesinos hacia la playa.

“Aquí llegó una gente armada buscando a algunas personas en sus casas. Luego, hicieron un retén y fueron cogiendo a los que subían y a los que bajaban a trabajar. Los agarraron y los llevaron amarrados hacia el mar… Al rato escuchamos los disparos”, recuerda Gilberto Pérez. “Yo ese día lo tengo grabado en la mente hasta que me muera. A nueve los mataron en la orilla. A los demás los embarcaron en una chalupa, los mataron y los tiraron al agua.

La vereda Los Coquitos hace parte del corregimiento de Nueva Colonia, en Turbo, Antioquia. Una tierra en el corazón del Urabá antioqueño que, desde los años 60, fue impulsada como un eje de desarrollo agroindustrial en el país.

Hacia donde se mire hay plantaciones de banano y plátano. Su producción y exportación masiva ha consolidado en este lugar uno de los enclaves bananeros más importantes del país. No hay mes en el que no se coseche. No hay familia en la zona que no dependa de estos cultivos.

Frente a Coquitos se parquean los barcos cargueros que viajan con toneladas de banano al exterior. Llegan a más de 24 países, como Estados Unidos, Reino Unido, Bélgica, Alemania e Italia. “De aquí sale el alimento para todo el mundo”, dice Ángel Montalbo, habitante de la vereda. “Pero estamos quedándonos sin tierra para cosechar”.

Según las estadísticas declaradas por Colombia ante la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), solo en 2021 se exportaron 111 millones de cajas de 20 kilos de banano y plátano. La mayoría salieron de Antioquia, ubicando al país entre los primeros cinco productores del mundo.

Pero el mar, que con su fuerza y corriente va ganándole cada vez más tierra a la tierra, amenaza a los habitantes de Coquitos no solo con terminar de desaparecer los recuerdos de los hechos violentos, sino también varias hectáreas de cultivos.

En palabras del investigador Juan F. Blanco, que participó en la primera cartografía de alta resolución que se hizo de la costa del Urabá antioqueño, y se ha especializado en estudiar los manglares de esta zona, la erosión costera es un proceso natural, que sucede en todo el mundo, pero que se ha visto incrementado por las acciones humanas. “En el Urabá, dos de los grandes problemas relacionados con la erosión tienen que ver con la forma en la que llega el oleaje a la costa (que depende de variables como las corrientes y el viento) y el sustrato de la misma costa”, asegura.

Según Blanco, el Caribe colombiano, en general, tiene como característica que es una costa que está de forma «oblicua al tren de olas». Desde las fotos aéreas, se observan como crestas de las olas que llegan a la costa, revientan y se devuelven.

En un sistema en equilibrio, explica, la ola revienta y la energía que no alcanza a disiparse se devuelve hacia el mar abierto. Sin embargo, en el caso del Caribe, Punta Coquitos y el Urabá, el oleaje no llega de frente, sino de lado y con la energía “lo suficientemente fuerte para destruir la superficie con la que impacta”.

Una investigación realizada por el oceanógrafo físico, Vladimir Toro, muestra que en el Urabá antioqueño la línea de costa ha retrocedido entre 50 y 100 metros, en promedio, en las últimas cuatro décadas. “En algunos sectores alcanza valores máximos de hasta 1.6 kilómetros, con tasas de erosión de 40 metros al año”, se lee en el documento. El caso de Coquitos, según los expertos, es «dramático».

En esta zona en particular, la actividad agrícola ha transformado el paisaje durante más de 60 años, incrementando el proceso erosivo. Los bosques de manglar se convirtieron en potreros y cultivos de banano; la arena de los ríos fue sacada para construcciones, y se cavaron un sinnúmero de canales para drenar el agua de las plantaciones hacia el mar. Aunque esos canales mantienen las plantas vivas, expulsar el agua rápidamente termina arrastrando los sedimentos hacia el fondo del mar, impidiendo que se queden en la línea de costa.

Las consecuencias las viven hoy los pobladores. Cayetano Sarmiento, un campesino de 90 años que vive en Coquitos, tuvo que mover su casa más de cinco veces en los últimos 40 años. “Mi primera casa ya está por allá, en la mitad del mar”, cuenta. “A medida que la tierra se iba desbancando, sobre todo en el verano, por los vientos fuertes, yo tenía que moverla por ahí unos 100 metros hacia adentro de mi misma parcela”.

Proyecciones basadas en los informes del Panel Intergubernamental de Cambio Climático estiman que, si las emisiones de Gases de Efecto Invernadero se mantienen o siguen aumentando, cerca de 340 millones de personas vivirán bajo los niveles de inundación proyectados para el 2050. Según el Banco Mundial, 216 millones de personas tendrían que migrar por cuestiones relacionadas con el cambio climático para el mismo año.

Colombia no es la excepción. «El comportamiento erosivo de la línea de costa colombiana tiene implicaciones sociales, económicas y ecológicas para el país. Como, por ejemplo, la amenaza de más de seis millones de personas que se encuentran asentadas sobre la línea de nuestras dos costas», explicó Ximena Rojas, bióloga marina y directora de Asuntos Marinos y Costeros del ministerio de Ambiente a El Espectador.

Un trabajo conjunto, entre la Comisión de la Verdad y la agencia de investigación Forensic Architecture, reveló cómo había cambiado el paisaje en Nueva Colonia en las últimas décadas. A partir de fotografías aéreas e imágenes satelitales, la investigación reconstruyó 100 kilómetros cuadrados de este territorio durante casi 80 años.

Los bosques de manglar, que funcionaban como una barrera natural contra la erosión, han desaparecido casi por completo. “Coquitos era un lugar clave, porque era uno de los manglares más extensos y conservados. Pero la cartografía y las imágenes satelitales permitieron ver que, desde 1938, los manglares de Urabá están sometidos a una fuerte presión y exhiben tasas de deforestación mayores a las del resto del Caribe colombiano”, asegura el investigador Blanco.

El sector de Punta Coquitos está ubicado en la zona de mayor incidencia de la erosión, tiene pocos aportes de agua dulce de los ríos y, con ello, de sedimentos que compensen la pérdida por la erosión. Esto ha contribuido a que la capacidad de resiliencia costera, esa habilidad para adaptarse y mantener sus funciones a largo plazo, se haya ido perdiendo.

«El mar se ha comido la tierra, en esas dimensiones, por la destrucción de los manglares, que son los que protegen las playas. Lo más dramático es que los campesinos que un día fueron desplazados por el conflicto, hoy lo están siendo por la erosión», señaló el excomisionado de la Verdad, Alejandro Valencia, encargado de reconstruir lo que pasó en la masacre de Punta Coquitos.

Además, agrega Folco Zaffalon, coordinador del proyecto en el Urabá de la Comisión de la Verdad, las comunidades están hoy “acorraladas”. “Por un lado, el mar les quita la posibilidad de mantener su vida campesina. Y, por el otro, los latifundios de banano y plátano se extienden cada vez más, haciendo difícil su permanencia en el territorio”. En sus palabras, se trata de un proceso lento de despojo.

Una de las medidas de reparación que la comunidad de Punta Coquitos ha exigido ante las autoridades locales y nacionales, a raíz de la masacre, es implementar acciones que ayuden a contener la erosión. “El conflicto armado nos desplazó. Y ahora, el mar también nos está desplazando. Pero nadie dice nada”, insiste Gilberto Pérez, campesino de Coquitos.

Por eso, han pedido la construcción de infraestructura dura, como muros de contención, que ayuden a detener el impacto de la erosión. Pero también han propuesto una siembra masiva de manglar con el fin de proteger la costa, pues han notado que en los pocos lugares donde estos árboles costeros se mantienen, la erosión ha sido menor, e incluso, en algunas partes, la costa ha aumentado. Los manglares, afirman los campesinos, serían una alternativa para intentar restaurar el balance y garantizar que las playas puedan mantener su equilibrio.

“Necesitamos algo que nos ayude a contener el oleaje del mar”, dice Nubia, esposa de Joiber, quien también se dedica a la producción de banano. “En la otra punta, donde está el manglar bien bonito, el mar no ha comido tanto. Aquí, como encuentra la costa abierta, va comiendo y comiendo”.

Fuente: https://www.elespectador.com/investigacion/la-masacre-en-punta-coquitos-que-se-hundio-con-el-mar/

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