El joven patrullero de 22 años estuvo de permiso en su pueblo hace días y le expresó a sus superiores el deseo de dejar la Policía. Su pareja tiene 4 meses de embarazo.
El patrullero Jorge Luis Pacheco Solano, nacido en Sabanalarga hace 22 años, no quería continuar en la Policía. Estar lejos de su familia y perderse el crecimiento de su bebé dentro del vientre de su esposa lo llevaron a pedir la baja para recuperar la tranquilidad al lado de sus seres queridos.
Estaba dispuesto a hacerlo al precio de que se fueran al traste los sueños que solo creyó posibles alcanzar en la Policía, sus 4 años de servicio y los amigos que le insistían en que recapacitara.
Elizabeth Osorio, compañera del patrullero que cayó muerto en Urabá, dijo que su determinación de abandonar la institución era inquebrantable. Así se lo dijo el pasado domingo, cuando se venció el permiso que había pedido para compartir con su familia. “Él no quería irse para allá. Él llamó al sargento (el sábado) y le dijo que él se quería retirar, que él quería pedir la baja porque estaba muy lejos. El sargento le dijo que no”.
La última conversación con él la tuvo en la madrugada de hoy, vía WhatsApp, antes de tomar turno. “Me dijo que me amaba mucho, una cantidad de palabras bonitas… Que cuidara mucho al bebé…”, recordó Elizabeth con voz entrecortada.
A pesar de que deseaba ponerle fin a su etapa como patrullero lo antes posible y regresar a Sabanalarga, Jorge sentía todavía algo de la pasión que lo llevó a entrar a la Policía. Su decisión había sido guiada menos por el hastío que por la necesidad de ver a sus familiares a diario. “Él estaba en la institución, estaba bien, era amigo de todo el mundo porque todos allá eran amigos”.
Jorge estaba asignado como patrullero en el municipio de Morroa, Sucre, y a primera hora de hoy debía partir hacia el Urabá antioqueño a apoyar una misión.
Antes de desconectarse para iniciar sus labores, a las 3:53 a.m., colgó un mensaje en el historial de WhatsApp que, visto es perspectiva, simboliza una de esas palmadas en el hombro que uno mismo se da, luego de suspirar y exhalar, cuando la dificultad y la soledad atacan juntas: “Bendito Dios, dame el mejor de los días, padre santo”. Y a continuación, un emoticón de policía y otro de dos manos juntas rogando piedad.
Fue lo último. Quizá nunca reparó qué tanto se parecía el día que estaba viviendo con lo que había pedido. Los informes preliminares apuntan a que hombres del Clan del Golfo hicieron estallar explosivos al paso de la patrulla en la iba Jorge junto a otros 7 compañeros escoltando a funcionarios encargados del programa de restitución de tierras en Urabá. Elizabeth dijo que el carro pasó justo encima de una mina. Jorge murió en el lugar.
Elizabeth se enteró por medio de unos amigos que tenía en común con Jorge. Al tratarse de una zona convulsa y de difícil acceso, los cuerpos fueron rescatados en avioneta y en las próximas horas serán entregados a sus familiares. El de Jorge será velado en su casa y sepultado en la tierra que lo vio nacer.
En esa misma tierra crecerá el bebé que esperaba con ansias. Aún no conocen el sexo de la criatura: Elizabeth iba a hacerse una ecografía el próximo martes. “Él estaba muy feliz por lo del embarazo, adoraba al bebé como no tienes idea”.
En medio de la tragedia, la única certeza de Elizabeth es que si se trata de un varón llevará el nombre de su padre.