Como buen santandereano no tenía pelos en la lengua. Monseñor Duarte Cancino se le había plantado duro a los perros de la guerra en Urabá cuando fue obispo de Apartadó en 1988. Junto con liderezas como Gloria Cuartas, quien sería unos años mas tarde alcaldesa de este municipio, luchó contra paracos y guerrillos desde el púlpito, la trinchera con la que defendía a sus feligreses. Los que lo querían tenía miedo de que esa valentía se transformara en la espada que lo mataría. Por eso respiraron cuando el papa Juan Pablo II lo nombró, en 1995, obispo de Cali.
Eran los años donde Samper se tambaleaba, las FARC cercaba las capitales y el Mono Jojoy se convertía en el carcelero de cientos de colombianos que vivían su particular Auschwitz. Cancino no se quedó callado. Su púlpito se convirtió en un foco constante de noticias. Excomulgó a la cúpula del ELN y las FARC por sus secuestros, su sangrienta manera de pretender una revolución. Entonces Pablo Catatumbo lo tuvo en la mira.
Catatumbo veinte años después de los hechos es uno de los guerrilleros que más y genuinamente ha mostrado arrepentimiento por sus crímenes. Los excesos de la guerra. El de monseñor Duarte Cancino le pesa como un yunque. Primero fue la infamia. Desde las FARC y ayudado por periodistas afines a este grupo, empezaron a divulgar la versión que el obispo tenía relaciones con la casa Castaño. En los siete años que estuvo en Urabá, con una explosión de violencia como la que vivía ese lugar, al obispo le tocaba tener relaciones con todos los actores armados. A diferencia de sacerdotes que fueron sus contemporáneos y que se preocuparon por la lucha social, desconfió de doctrinas como la Teología de la Liberación que justificaron desde el cristianismo cualquier tipo de lucha armada. Violencia era violencia viniera de donde viniera.
Tal vez su sentencia de muerte ocurrió el 18 de septiembre del 2001, en pleno día de Amor y Amistad, condenó a las FARC y dijo públicamente que esta guerrilla era la causante de todas las desgracias de Colombia. La guerrilla estaba contenida. Por esa época aún seguían sentadas en la mesa que les había propuesto el gobierno de Andrés Pastrana, en los fallidos diálogos de paz de San Vicente del Caguan. Pero una vez se levantan de la mesa, el 20 de febrero del 2002, Catatumbo, avalado por el Mono Jojoy e Iván Márquez, empiezan a pensar en el golpe.
Tres días antes Pablo Catatumbo fue el encargado de contratar a los dos sicarios que estaban presos en Cali y consiguieron un permiso de 72 horas para perpetrar el crimen. Duarte Cancino se convirtió en la voz de las víctimas de secuestros tan duros que vivió Cali como el de la iglesia La María en el barrio Ciudad Jardín del sur de Cali en donde el ELN se llevó a 285 feligreses a los que metió en dos camiones. Unas semanas después el ELN secuestraría en el kilómetro 18 donde el ELN se llevó a 61 personas. Su liderazgo fue territorial, creó el área de la Plaza de Toros de Cali, a la que se le llamó la Zona de Distención de la María, desde la cual se pronunció contra el secuestro y le dedicórabiosas palabras desde su iglesia del Buen Pastor a la guerrilla. Con la consigna “Vivos, Libres y en Paz, acompañó las primeras grandes movilizaciones contra el secuestro en el país.
Pero fueron los de las FARC los que reaccionaron. El 16 de marzo del 2002 bendijo el matrimonio, en su iglesia de Buen Pastor, de 103 parejas. Las ruedas de la muerte ya se habían activado. Las FARC no querían que el país supiera que ellas eran las que atentaron contra Cancino. Por eso Catatumbo le encomendó a un miliciano llamado Basilio para que contratara a los sicarios. Por eso sacó de una cárcel a alias el Cortico y alias el Calvo. Las reuniones donde se planeó el asesinato se hicieron en un campamento en Silvia, Cauca. El Mono Jojoy tenía razones para apreciar a monseñor. Él sirvió de intermediario para la liberación de una de las hermanas del líder guerrillero. Pero según Jojoy Duarte Cancino merecía la muerte porque se había torcido.
Así que ese 16 de marzo el Cortico y el Calvo llegaron al populoso sector de Aguablanca en Cali, esperaron que el obispo terminara con sus 103 matrimonios y una vez salió, frente a su iglesia, le vaciaron sus cargadores. Cuando llegó al hospital el sacerdote ya estaba muerto.
Aunque la Corte Suprema de Justicia acaba de condenar a 25 años de cárcel a Iván Márquez, él fue el que menos tuvo que ver con una muerte que pesa sobre la consciencia de Pablo Catatumbo.