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Memorias que renacen en Carepa

Entre bananeras se escuchan voces que insisten en lo mismo: “El Urabá es más que sangre y dolor”, “más que malas noticias”, “aquí hay gente buena”, “no todo ha sido guerra”, “este es el paraíso”, “el territorio de los mil colores”, “la mejor esquina de América”. Cuando se llega a Carepa, municipio de Urabá, lo primero que impresiona es su paisaje: un mar de plátano y banano hasta donde alcanza la vista, y más allá. Después están los frescos y largos túneles verdes formados por árboles en la carretera y la mezcla de su diversidad cultural: se está en Antioquia y se respira el Caribe. Esto sumado a las voces de los carapenses, que claman por la verdad y la paz, es lo que los invitamos a preciar en el documental Memorias que renacen del municipio de Carepa, realizado por el Grupo de Iniciativas de Memoria del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) con la Alcaldía Municipal de la región y víctimas representantes de diferentes hechos victimizantes.

Su posición privilegiada en el Golfo de Urabá y la conexión que tiene con el océano Atlántico, el río Atrato, la zona selvática, las montañas y la frontera con Panamá lo hacen atractivo para el comercio de exportación y, al mismo tiempo, para los grupos armados como las guerrillas de las FARC y el EPL, los paramilitares de los Castaño, unificados bajo las Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá, cuya expansión de armada provocó el incremento de homicidios en los municipios de Mutatá, Chigorodó, Carepa, Apartadó y Turbo. Mientras las guerrillas mataban a administradores de fincas, los paramilitares masacraban a trabajadores y sindicalistas.

“En Zungo ‘veloriaban’ a los muertos las familias solas. Los vecinos no podían acompañarlos por temor al señalamiento”, dice el testimonio de uno de los sobrevivientes en el documental. En medio de la cruenta disputa histórica del control de la zona para el narcotráfico y el arsenal de armas utilizadas, los lugareños son los que han sufrido las peores consecuencias y han sido victimizados por todos los actores armados que los señalaban unas veces como guerrilleros, otras como colaboradores de los paramilitares o las Fuerzas Militares. En todo caso aun hoy pesa sobre la región un estigma de “Zona Roja” o zona de violencia, y si bien es cierto que los Grupos Armados Posdesmovilización (GAPD), que allí operan, someten a la población a su poder, mientras sus habitantes resisten y luchan para dejar atrás los estigmas, reconstruir sus memorias y mejorar las condiciones para todos.

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