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La hembra de su papi, incesto más verdad que fantasía

Incesto

Miles de personas, en su mayoría mujeres de entre 20 y 40 años de edad, han hecho pública recientemente en Estados Unidos una cascada de acusaciones de que fueron víctimas de explotación sexual durante su infancia. En muchos casos, el paso de los años no consiguió borrar los amargos y humillantes recuerdos del incesto al que fueron sometidas. Otras veces, la lectura de un libro o cualquier otra. referencia en la prensa o la televisión a un suceso similar provocó repentinamente el rebrote del viejo trauma, del dolor que ya se había enterrado.La aceptación pública del fenómeno de la recuperación tardía de Ia memoria entre los supervivientes de incesto se ha extendido rápidamente en Norteamerica. Como consecuencia, en casi la mitad de los Estados que componen este país se han aprobado nuevas leyes para modificar los antiguos estatutos de prescripción legal y permitir así que estas víctimas puedan de mandar en los tribunales a los culpables de estos abusos sexuales hasta seis años después de evocar los recuerdos. Pero al mismo tiempo se ha producido un enconado debate. Muchos familiares se sienten acusados injustamente, por lo que intentan a toda costa desacreditar a sus delatores, a quienes tachan de personas inmaduras y sugestionables.

El tumulto que ha suscitado tan ardiente controversia es un reflejo del sufrimiento y la amargura de los afligidos, pero también del tabú, el secreto, el estigma, la suspicacia y la negación colectiva que siempre han rodeado al incesto. No hay que olvidar además la genuina aprensión de que personas inocentes puedan ser inculpadas erróneamente por actos que nunca sucedieron.Entre los expertos existe una clara división en cuanto a la credibilidad de estas evocaciones inculpadoras. Unos señalan que ciertas experiencias traumáticas infantiles pueden ser reprimidas por mucho tiempo, y que los recuerdos de incesto que se hacen conscientes años más tarde evidencian la realidad de la explotacion sexual de las criaturas. Los escépticos, sin embargo, apuntan al síndrome de la memoria falsa. Estas reminiscencias -alegan- no son más que distorsiones de viejos sentimientos de opresión y rencor, generalmente hacia la figura paterna o de autoridad, los cuales, mediante una alquimia misteriosa, se convierten en recuerdos de abuso sexual.

Desde finales del siglo XIX, el concepto de los recuerdos traumáticos reprimidos ha invadido con fuerza tanto el mundo de la ficción como el de la realidad. En 1896, Sigmund Freud creyó haber encontrado la causa de la histeria -un mal psicológico que se manifiesta en síntomas físicos dramáticos como la parálisis, las convulsiones o la mudez- en las experiencias de seducción sexual durante la infancia, cuyos recuerdos yacían reprimidos en el inconsciente. Sin embargo, poco tiempo después, Freud repudió este origen traumático de la histeria como «el más importante de mis errores iniciales» y concluyó que los relatos de abuso de estos pacientes no eran sino fantasías que ellos mismos habían creado.

La retractación de Freud, según pensamos muchos, obedeció en gran parte a su miedo y preocupación por las enormes implicaciones sociales de su hipótesis original. Concretamente, la histeria era tan frecuente entre mujeres de la época que, si su teoría era correcta, la conclusión no podía ser otra: «Los actos perversos contra los niños» -como él mismo definía el incesto- eran endémicos no sólo entre los proletarios de París, donde había estudiado por primera vez la histeria, sino también entre las respetables familias burguesas de Viena, donde había establecido su práctica. Una idea que, aparte de garantizarle el ostracismo total dentro de su profesión, era socialmente, aborrecible.

La explotación sexual de los, niños ha ocurrido con frecuencia a través de la historia y en todas las culturas. Hasta en las sociedades más -avanzadas se encuentran individuos que están dominados por estos instintos de perversión y crueldad. En Estados Unidos, por ejemplo, las cifras que se usan con frecuencia indican que el 35% de las mujeres y el 20% de los hombres han sido víctimas del abuso sexual en algún momento de su desarrollo. En cuanto al incesto, resulta casi imposible calcular su prevalencia porque estos actos son siempre secretos., Los datos oficiales más conservadores sugieren que el 5% de las mujeres y el 2% de los hombres han sido víctimas de incesto durante su infancia. Últimamente, sin embargo, la mayor concienciación pública ha resultado en un aumento extraordinario en los casos denunciados.

La respuesta humana más normal ante las atrocidades es proscribirlas de la conciencia. Complejos mecanismos psicológicos mantienen la realidad de estas crueldades lejos de nuestras vivencias diarias. La represión y la negación de estos hechos funcionan también a nivel colectivo. El conocimiento de sucesos horribles se impone periódicamente en la conciencia pública, pero raramente se mantiene activo por mucho tiempo. Ciertas transgresiones del contrato social, particularmente el incesto, son juzgadas como demasiado repulsivas y chocantes como para hablar de ellas en alto; entran en la categoría de lo indecible, de lo inmencionable.

Cuando uno intenta describir públicamente las atrocidades que conoce o que ha presenciado, parece que está invitado o atrayendo sobre sí el estigma que marca a las víctimas. Llega hasta poner en peligro la propia credibilidad. Si se trata de un accidente o un desastre natural, los testigos se compadecen fácilmente de los afligidos. Sin embargo, cuando el suceso traumático obedece a un designio humano, el espectador se siente atrapado en el conflicto, entre la víctima y el verdugo, le resulta moralmente imposible permanecer neutral en la situación, se ve forzado a tomar partido.

El niño atrapado en un ambiente de abuso se enfrenta con retos formidables: debe adaptarse a un entorno mpregnado de terror y simultáneamente tiene que encontrar la forma de mantener la fe en personas que son indignas de confianza. Busca inútilmente la seguridad en un lugar que es incierto y peligroso y pretende el control de sí mismo en una situación de total impotencia. Después de todo, el incesto es una aflicción de, indefensos. La víctima es incapaz de cuidarse o protegerse, está sometida a fuerzas abrumadoras, claudica, se desconecta del mundo, de sí misma y, finalmente, pierde el propio significado.

Hoy, aunque algunas denuncias de incesto sean pura fabricación a cargo de personas oportunistas e irresponsables; la explotación sexual de los niños es una realidad que ninguna sociedad se puede permitir ignorar. En el campo de la psiquiatría, la psicología y el trabajo social, tenemos sólida evidencia de la conexión real que existe entre el abuso incestual de la niñez y ciertos trastornos emocionales graves de la edad adulta. Estas dolencias incluyen estados depresivos crónicos, alteraciones del carácter, alcoholismo, abuso de, drogas y la personalidad múltiple.

Como escribió Erik Erikson, quizá algún día exista por fin la ferviente y bien informada convicción social de que el más grave y fatídico de todos los actos del hombre es la mutilación del espíritu de un niño. Semejante daño socava el principio vital de la confianza, sin el cual, cada acto humano, por correcto que sea y por bien que nos haga sentimos, está destinado a la destrucción».

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