La emigrante cubana Eneida Milián, de 81 años, desapareció en la selva del Darién arrastrada por la crecida de un río, confirmó su hija, Bárbara Enríquez, quien junto a su familia consiguió llegar a Costa Rica.
Milián y Enríquez son parte del grupo de cubanos que salió de Trinidad y Tobago en marzo pasado.
La anciana se encontraba en Necoclí, a punto de iniciar con su familia el camino de la selva.
Entonces relató que decidió salir de Cuba por temor a quedarse sola. «A mi edad, lo importante es ver que mis hijos y nietos logren su sueño», agregó. No obstante, reconoció su temor. «¿Qué le espera a una mujer de 81 años, enferma, en la selva?», se preguntó.
Los sucesos que le costaron la vida ocurrieron el 23 de abril durante una acampada en la rivera de uno de los afluentes que atraviesa el Darién, una de las selvas más inhóspitas del mundo, frontera natural entre Colombia y Panamá.
Eneida Milián viajaba con su hija Bárbara, de 51 años, los hijos de esta, Reynel Quintana, de 31 años; Ronny Quintana, de 25, y Adriel Martínez, de 11 años; sus bisnietos Reynel Quintana González, de siete años, y su nieta Melany Quintana González, de cinco. También las nueras de Bárbara, Yunaisy González Clark, de 27 años, y Solach Roche, de 26 años, y su esposo Ariel Martínez, de 47 años.
En la aldea indígena de Almira, un oficial del Servicio Nacional de Fronteras de Panamá (SENAFRONT) les recomendó continuar antes de que comenzaran las lluvias que por esta época del año asolan la selva. De lo contrario, tendría que deportarlos a Colombia.
«Salimos y esa noche acampamos a la orilla de un río. Al amanecer nos lanzamos a la conquista de la Loma de la Muerte para llegar entonces a un campamento que se conoce por Casa del Abuelo», contó Bárbara.
En medio de la escalada comenzaron los aguaceros y los guías indígenas que los acompañaban echaron a correr y jamás regresaron. Quedaron abandonados antes de llegar a la cima hasta que salió el sol.
Finalmente, lograron vencer la Loma de la Muerte, pero luego caminaron varios días y la Casa del Abuelo no apareció.
«Cada vez que llegaba la noche acampábamos a la orilla del río», dijo Bárbara. No sabían que era el sitio menos adecuado y el más peligroso para pernoctar en el Darién, debido a las súbitas crecidas del río en época de lluvias.
Bárbara relató que la madrugada en que ocurrió la desgracia escuchó «un ruido estremecedor, como un tren que se nos venía encima».
El río se desbordó. Fue «como si se hubieran abierto las compuertas de una represa».
La casa de campaña en la que dormía con su esposo y su hijo más pequeño comenzó a dar vueltas. «En cuatro patas agarré a mi hijo. Mi esposo logró romper los horcones que sostenían la cabaña, sacamos los brazos y nos agarramos a los gajos y los troncos en la orilla».
Eneida, quien compartía cabaña con su nieto Rodney, desapareció.
La anciana, explicó su hija, acostumbraba a levantarse muy temprano y, para no molestar a la familia, solía salir de la casa de campaña y esperar afuera.
«Esa es mi hipótesis, ella no estaba en la cabaña cuando subió de pronto el agua, no tuvo tiempo de nada, el río la arrastró, se la tragó», comentó Bárbara.
Pasaron la noche en lo alto de la loma, medio desnudos, lo habían perdido todo. «Al amanecer había bajado el agua. Buscamos por las inmediaciones, ni rastro de mamá. Yo quedé como hipnotizada, lo único que hacía era llorar».
La familia pasó 21 días en la selva. Bárbara dijo que en medio del lodazal hallaron más de 10 cadáveres, en su mayoría de la raza negra, algunos en avanzado estado de descomposición. Pero no encontró a su madre.
Ahora, en Costa Rica, sobreviven con la ayuda de amistades y familiares en Estados Unidos, pero los recursos no son suficientes para seguir camino a Nicaragua. El plan inmediato del grupo es solicitar refugio político al Gobierno costarricense.
Bárbara, sus hijos, nietos y nueras son refugiados de Naciones Unidas, al igual que lo era su madre, estatus que obtuvieron en Trinidad y Tobago.