A las 5:30 de la mañana del miércoles 27 de julio, la mayoría de las unidades de la estación de Policía de Currulao, corregimiento de Turbo, estaban en sus últimos instantes de descanso.
La explosión de una granada y varios disparos de fusil, que impactaron contra uno de los vidrios laterales, interrumpieron la tensa calma en la que viven los policías desde que se anunció el denominado “plan pistola” que se llevó a cinco compañeros en esta zona policial, conformada por 11 municipios del Urabá antioqueño y cuatro del chocoano.
La reacción fue inmediata y los atacantes escaparon en las mismas motos en las que llegaron. No dejaron heridos, aunque sí se agudizó el temor entre los uniformados. Aun así, dejaron claro que no están dispuestos a atrincherarse mientras se intentan tomar el Urabá a sangre y fuego.
Las Autodefensas Gaitanistas de Colombia (AGC) no pararon los ataques: tres horas y 30 minutos después, una nueva explosión afectó la estación del Distrito de Turbo, que se encuentra a un costado de la vía Panamericana, al igual que la de Currulao.
“Se vio que llegó un hombre en una bóxer y tiró la granada”, relató uno de los policías de la estación, agitado por lo ocurrido y con cara de frustración porque ni él ni sus compañeros pudieron atrapar al atacante, quien lanzó la granada justo debajo del letrero de la Gobernación de Antioquia que da la bienvenida a Turbo y que está a unos 300 metros de la fachada de la estación policial.
La detonación dejó aturdido al conductor de una empresa de carga que bajaba una encomienda en la zona y tuvo que ser trasladado a la Clínica Panamericana, en Apartadó. “Sufrió una sordera temporal, pero está bien”, relató el comandante de la Policía Urabá, coronel Óscar Hernán Cortés.
El calvario de las estaciones
Si antes estar al lado de una estación o comando de Policía ofrecía la percepción de seguridad, ahora es un perjuicio para los comerciantes, pues aseguran que con los cierres preventivos en vías aledañas y el temor generalizado por estos ataques sus ventas se han ido a pique.
Si bien algunos se aventuraron a hablar, no quisieron dar sus nombres por riesgo a las represalias, pese a que, supuestamente, la ofensiva de los ilegales va dirigida solo contra la fuerza pública.
Una comerciante que tiene su local cerca a la estación de Policía de Apartadó relató que “muchas personas, ante el susto de cualquier ataque, prefieren irse por otro lado y eso se ve en las ventas. Yo pasé de vender $300.000 en un día a solo $100.000”.
Y para quien tiene su negocio al frente de la estación de la Policía Fiscal y Aduanera de Turbo, la situación no es para nada alentadora. “No solo las ventas han bajado por la falta de gente que transita por acá, sino que los policías ya nos dicen que no podemos dejar nada prendido por el temor de un ataque”.
Ante las situaciones relatadas, la Alcaldía de Turbo decretó que las entidades públicas y los colegios ubicados en cercanías a las estaciones policiales de este municipio retornaran a la virtualidad la semana pasada.
La penumbra de la noche
Si durante el día la zozobra se concentra en las zonas aledañas a estaciones y puestos policiales, en la noche se riega por todas las calles. En los barrios y las zonas comerciales la soledad reina cuando cae el sol desde que el Clan del Golfo comenzó su plan pistola.
Las personas eluden negocios donde exista alguna aglomeración. En el mejor de lo casos, los locales solo llegan a recibir diez clientes al tiempo.
La vida nocturna quedó en suspenso por el temor a cualquier ataque contra la autoridad, uniformada o de civil, y el decreto departamental que obliga a los establecimientos del Eje Bananero a cerrar sus negocios a las 12:00 de la noche. “La ofensiva de estos bandidos se ha sentido en las calles y la gente ha dejado de salir por miedo a lo que pueda ocurrir”, relató el coronel Cortés.
“No se ve la policía”
Mientras la desazón gana terreno, las personas sienten que la policía cada vez es menos visible en los barrios. En el recorrido realizado por este diario, en las noches no se vieron uniformados y en el día no se alcanzaron a ver más de tres patrullajes.
“Sí hemos sentido que la policía cada vez es menos visible. Antes pasaban por acá de vez en cuando, pero cuando comenzaron a matarlos, por acá no se arriman”, señaló una habitante del barrio La Chinita, de Apartadó.
Personal de la Policía y del Ejército consultados por este medio en las zonas afectadas comentaron que por un lado trabajan en patrullajes complementarios para protegerse los unos a los otros, aunque en algunos casos optan por resguardarse.
Así mismo, señalaron que están más pendientes de los llamados ante las falsas denuncias que usan como carnada los delincuentes para llevarlos a sus zonas y poderlos atacar sin ninguna protección.
El coronel Cortés explicó que los patrullajes ya no se hacen con dos patrulleros en motocicletas, sino que son grupos de tres o cuatro motos y acompañados por otro grupo que se moviliza en una camioneta, para cuidarse entre ellos. “Nosotros continuamos acudiendo a los casos, pero cambiamos la estrategia”.
Susto en la vía
Si en las zonas urbanas del Urabá hay angustia por el accionar del Clan del Golfo, en la vía que conecta a Medellín y el Urabá la situación no es muy distinta. Durante gran parte del trayecto es posible ver cientos de marcas que pregonan “AGC Precente” (Sic).
Es como una declaración de que pretenden mostrar que el corredor, construido para la movilidad entre la capital antioqueña, el Occidente y el Urabá, les pertenece.
Los conductores y comerciantes trabajan con el miedo a cuestas, sobre todo después del ataque del 16 de julio en el sector Las Heliconias, de Cañasgordas, donde murieron un patrullero y un civil luego de la explosión en un puesto de control de la Dirección de Tránsito y Transporte.
El empleado de una estación de gasolina, ubicada a menos de 50 metros de este ataque, relató que el artefacto explosivo fue puesto por la noche, cuando los policías no estaban haciendo sus controles. “Eso no nos afectó por las tanquetas que ellos tenían y nos protegieron, sino la cosa hubiera sido mucho más grave”.
Así mismo destacó que las pérdidas económicas en la vía han sido notorias, puesto que el mismo miedo ha hecho que la mayoría de personas que transiten el corredor lo hagan por extrema necesidad.
“Se ha visto mucho la merma de carros y son menos las personas que tanquean. Por ejemplo, antes se hacía unos $12 millones en un turno de ocho horas. Ahora, no se pasa de $8 millones”.
Si bien, la comunidad y las autoridades del Urabá luchan contra el miedo a esta estructura delincuencial, desde la Policía y el Ejército trabajan para que los máximos cabecillas del Clan del Golfo, alias “Chiquito Malo”, “Siopas” y “Gonzalito”, no se salgan con la suya y se queden con el control de esta subregión, que “es lo que ellos quieren, pero no los vamos a dejar”, concluyó el coronel Cortés.